Hace muchos años, en Orreaga había un famoso trobador llamado Gartxot, cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles. A Gartxot le encantaba contar la batalla que había tenido lugar tres siglos antes sobre los puertos que dominaban su pueblo, pues el pueblo vasco había aplastado al gran ejército del emperador Carlomagno. Gartxot tenía un hijo llamado Mikelot que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre.
En aquella época, la región estaba gobernada por unos monjes franceses. Un día, el joven Mikelot estaba cantando cerca de Orreaga la gran victoria de los Vascos sobre los Francos. El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó atraído por su voz, pero al escuchar aquel relato le invadió una ira espantosa. Dominado por la furia, el abad decidió que la lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés: "Roncevaux" (Roncesvalles). También se apoderó del pobre Mikelot y lo encerró en la abadía. Cuando Gartxot se enteró de la noticia acudió rápidamente, pero el abad no quería deshacerse del niño y propuso a su padre que dejara a Mikelot en la abadía, donde los monjes se ocuparían de su educación. En contrapartida, prometió regalarle una verdadera fortuna, pero con la condición de que nunca más podría Gartxot pisar el suelo de Orreaga. Después de muchas dudas, Gartxot aceptó y así fue cómo el poeta perdió a su hijo. Mientras tanto los monjes enseñaron al niño el latín y la lengua romana, y las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del Emperador Carlomagno.
Gartxot, carcomido por los remordimientos y sufriendo por la ausencia de su hijo no pudo resistirlo más y juró que su hijo nunca más volvería a cantar las alabanzas del enemigo francés. Arriesgando la vida consiguió liberar a Mikelot, pero ambos fueron cercados por los soldados franceses y Gartxot renovó su juramento: después de su muerte, su hijo no sería un instrumento de la propaganda francesa. Y gritando de dolor, puso sus manos alrededor del cuello frágil de Mikelot y apretó hasta estrangular a su hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos. Gartxot fue condenado a estar encerrado de por vida en una torre en el alto de Elkorreta. Sobrevivió allí durante meses y el invierno fue especialmente duro aquel año. Mientras tanto, el abad de Roncesvalles fue sustituido y al nuevo le pareció que el prisionero había pagado lo suficiente por su culpa.
Una expedición alcanzó la cumbre de Elkorreta para liberarlo pero todo fue en vano, en el mismo momento en que entraban en la torre prisión, el poeta daba su último suspiro. Hoy todavía, cuando en los meses de octubre y de noviembre sopla el viento del norte, cuando las palomas deciden abandonar el país, se puede oír un gemido tétrico que se parece extrañamente al de un hombre. Los montañeros navarros dicen que es el alma de Gartxot, que llora y pide perdón a su hijo.
Hace muchos años, en Orreaga había un famoso trobador llamado Gartxot, cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles. A Gartxot le encantaba contar la batalla que había tenido lugar tres siglos antes sobre los puertos que dominaban su pueblo, pues el pueblo vasco había aplastado al gran ejército del emperador Carlomagno. Gartxot tenía un hijo llamado Mikelot que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre.
En aquella época, la región estaba gobernada por unos monjes franceses. Un día, el joven Mikelot estaba cantando cerca de Orreaga la gran victoria de los Vascos sobre los Francos. El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó atraído por su voz, pero al escuchar aquel relato le invadió una ira espantosa. Dominado por la furia, el abad decidió que la lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés: "Roncevaux" (Roncesvalles). También se apoderó del pobre Mikelot y lo encerró en la abadía. Cuando Gartxot se enteró de la noticia acudió rápidamente, pero el abad no quería deshacerse del niño y propuso a su padre que dejara a Mikelot en la abadía, donde los monjes se ocuparían de su educación. En contrapartida, prometió regalarle una verdadera fortuna, pero con la condición de que nunca más podría Gartxot pisar el suelo de Orreaga. Después de muchas dudas, Gartxot aceptó y así fue cómo el poeta perdió a su hijo. Mientras tanto los monjes enseñaron al niño el latín y la lengua romana, y las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del Emperador Carlomagno.
Gartxot, carcomido por los remordimientos y sufriendo por la ausencia de su hijo no pudo resistirlo más y juró que su hijo nunca más volvería a cantar las alabanzas del enemigo francés. Arriesgando la vida consiguió liberar a Mikelot, pero ambos fueron cercados por los soldados franceses y Gartxot renovó su juramento: después de su muerte, su hijo no sería un instrumento de la propaganda francesa. Y gritando de dolor, puso sus manos alrededor del cuello frágil de Mikelot y apretó hasta estrangular a su hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos. Gartxot fue condenado a estar encerrado de por vida en una torre en el alto de Elkorreta. Sobrevivió allí durante meses y el invierno fue especialmente duro aquel año. Mientras tanto, el abad de Roncesvalles fue sustituido y al nuevo le pareció que el prisionero había pagado lo suficiente por su culpa.
Una expedición alcanzó la cumbre de Elkorreta para liberarlo pero todo fue en vano, en el mismo momento en que entraban en la torre prisión, el poeta daba su último suspiro. Hoy todavía, cuando en los meses de octubre y de noviembre sopla el viento del norte, cuando las palomas deciden abandonar el país, se puede oír un gemido tétrico que se parece extrañamente al de un hombre. Los montañeros navarros dicen que es el alma de Gartxot, que llora y pide perdón a su hijo.
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