
Cuenta la leyenda que en tiempos en que los dragones aterrorizaban la tierra y las brujas suercaban los cielos. En las laderas de Peña Oroel habitaba un Dragón en una cueva.
El Dragón mantenia atemorizado el valle, no atreviendose a salir de sus casas a los habitantes.
Un día, un caballero jacetano que se encontraba apresado por defender a las brujas de la zona, propuso su liberación a cambio de fulminar al dragón.
Este caballero no era tonto y gracias a su amistad con las brujas, sabía que los dragones tenían un secreto: eran capaces de hipnotizar a sus víctimas con la mirada.
Así pues, el caballero que conocía la leyenda de Perseo, pulió la superficie de su escudo de combate hasta convertirlo en un espejo y se dispuso a visitar la cueva del dragón cuando éste estuviese dormido.
Al despertar, el dragón se vio reflejado en el escudo y cayó hipnotizado por su propia mirada, momento que el caballero aprovechó para clavar la espada en su corazón y acabar con él, quedando así libre de su condena y con el todos los habitantes del valle.
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