miércoles, 16 de diciembre de 2015

Después de todo debate viene la calma.

    Anoche asistimos a un debate político inusual. Inusual por muchos motivos, en primer lugar porque no estaban representados el cincuenta por ciento de los españoles; inusual porque, por fin, el presidente Rajoy salía del burladero del plasma y saltaba a la arena; inusual por la falta de altura política y por la indiferencia del moderador; inusual, en definitiva, porque es la primera vez que alguien le planta en la cara al Presidente lo que piensa gran parte de los españoles, y todo ello en un lenguaje de la calle. 
   Hoy, los analistas políticos, los expertos en comunicación, en gestualización, en formas y maneras, los partidarios de Rajoy pueden decir lo que quieran.  Pero ayer habló una parte del pueblo, por boca del señor Sánchez y yo diría más, habló y se quedó corto. 
   Posiblemente, no estemos acostumbrados a debates como este, pero yo me pregunto ¿Cómo debate la gente en la calle? ¿Está mal decir lo que uno piensa? ¿Solo hay que decir lo políticamente correcto?¿No podemos quitarnos el corsé de vez en cuando? Pues ayer fue posible y el señor Rajoy escuchó, encajó, se enfadó, sufrió, rabió, guiñó y hasta pataleó un poco.
    El debate a dos fue una caja de sorpresas, posiblemente no sirva para decidir a los indecisos, seguro que los grandes ganadores fueron los ausentes, pero lo que no me cabe duda es que un debate como este era necesario. 
   Los políticos, representantes del la ciudadanía, no pueden subirse a un pedestal y contemplar al vulgo desde la lejanía. Los políticos deben vivir entre la gente, escuchar a la gente y dar respuestas a sus preguntas y, sobre todo, asumir responsabilidades.
   Cuando alguien personalmente o un subordinado hace algo ilegal el responsable lo es por conocimiento o por desconocimiento.     
   De todas maneras, si el señor Rajoy se ha sentido herido, insultado o faltado tiene a su disposición los tribunales de justicia. Es allí adonde debe acudir para denunciar lo que considere oportuno.

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