Toda la Semana llamada Santa se llena de oficios, oraciones, procesiones, lavados de pies, castigos corporales, autolesiones, sacrificios y más oficios, hasta caer extenuados.
¿Sirve para algo todo esto? ¿El Dios católico estará contento? ¿Estamos contentos nosotros? ¿De qué vamos?
Dos calles más abajo de la comitiva procesional, tenemos a gente con necesidad de verdad, gente que pasa hambre física y moral, gente que ve cómo sus hijos se les van de entre los dedos, gente que no entiende nada.
No entienden por qué se mira tanto a los becerros de oro colgados de los pasos; no comprenden que se llore por no poder sacar las procesiones a la calle para que no se mojen las imágenes; no asimilan la histeria colectiva y la brutalidad física en nombre de la fe y la cultura.
Mientras tanto, dos calles más abajo, se mojan con el agua de la lluvia, con las olas al caer de una patera o atravesando un río helado que separa dos territorios en ninguna de cuyas orillas se les quiere acoger.
¿De qué vamos? ¿Cuánto tardaría Jesús en expulsarnos del templo a punta de látigo? ¿De qué vale lo externo, si lo interno está vacío?
¿Lloramos también por nuestro analfabetismo bíblico? ¿Conocen los cofrades, los picados, los tamborreros la esencia del mensaje del Dios al que adoran? ¿De qué vamos?
¿Lloramos también por nuestro analfabetismo bíblico? ¿Conocen los cofrades, los picados, los tamborreros la esencia del mensaje del Dios al que adoran? ¿De qué vamos?
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