viernes, 14 de julio de 2017

La casa de Jose Saramago

  Acabo de pasar unos días recorriendo la isla de Lanzarote -de norte a sur y de este a oeste-. He podido observar las consecuencias de la fuerza brutal de la naturaleza, y también como esa misma naturaleza, sirviéndose del viento y del agua,  va restableciendo la vida en un lugar tan inhóspito como bello.
  También el ser humano, aprendiendo de la naturaleza, va domesticando el suelo y restituyendo su capacidad de generar nuevas vidas en parajes tan singulares como la Geria, con paredes y firmes de piedra volcánica que protegen los cultivos del viento y del sol. Este sistema es el que utilizó el artista lanzaroteño César Manrique en su creación del Parque de los Cactus. 
  Estos procedimientos y técnicas  van dirigidas siempre a la agricultura pero, cuando el reloj marcaba final de mi viaje, casi por casualidad, fui a dar con un ejemplo claro de su aplicación en otro terreno muy distinto: el del mundo creativo e intelectual. 
    Una visita casi in extremis, como he dicho, a la casa de José Saramago, me hizo contemplar en su vivienda, la aplicación de todos esos procedimientos. 
    La casa de José Saramago, el humilde y sencillo escritor portugués, reproduce en lo físico y en lo humano, los conocimientos atesorados durante años por los agricultores de la isla: Un habitáculo semicircular de paredes de piedra volcánica, abierto por el  lado más bondadoso para recibir a los amigos y amantes de su obra. 
    He tenido la inmensa suerte de ver como la casa es cerrada -en un afán de protegerse del mundo exterior- sin embargo, en su interior  las dependencias se abren al jardín y al mar, a la lejanía en la que se adivinan los contornos difusos de la isla de Lobos y la de Fuerteventura.  
   Recorriendo las estancias de su refugio, imaginaba al escritor y también al hombre José Saramago apoyado en la baranda de su jardín, en el centro del semicírculo, cual vid de la Geria, meditando y trazando ideas, fabulaciones... con las que alimentar sus relatos. Acaso degustando los aromas de la malvasía.  
   Ha sido una experiencia reconfortante, tranquilizadora. No dejéis de ir a la casa - como él mismo la llamaba en su lengua portuguesa "A Casa"-  sentiréis que aún está allí José, que en cualquier momento saldrá a recibiros y a daros la mano  con sus ojos melancólicos y soñadores, llenos de sabiduría. Quizá icluso os ofrecerá un rico café portugués para tomarlo reposadamente en la mesa de la cocina. Según cuentan, es lo que hacía con los curiosos y los desconocidos que se decidían a llamar a la puerta de su casa. Hasta siempre, querido amigo.  






Patio de entrada.










Recepción.




Sala de reuniones.


Recibidor.




Despacho.



Salón.




Cocina.


Jardín.












Biblioteca.













Habitación. 


Fotografía: J Ruiz

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