Ana María Gómez González, más conocida como Maruja Mallo, nació en Viveiro, en 1902. Desde muy temprano, demostró un profundo amor por la pintura, que explotaría más tarde cuando, en 1922, su familia se trasladó a Madrid.
Comenzó a estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde trabaría una gran amistad con Salvador Dalí, para quien la pintora era "mitad ángel, mitad marisco". Pero, con el tiempo, abandonaría la academia.
Mallo se convertiría en un miembro de la Generación del 27, la misma en cuyo recuento se obvia a las mujeres. Muy cercana a Dalí y Lorca, se convirtió en compañera inseparable de Concha Méndez.
Ambas figuraron entre las iniciadoras del movimiento de las "sin sombrero", un grupo de jóvenes intelectuales que escandalizaron a la sociedad por atreverse a salir a la calle sin esa prenda. Y es que a ambas, también amigas de María Zambrano o Rosa Chacel, les encantaba acudir a las conferencias académicas para plantear preguntas comprometidas, o contemplar burlonamente desde los escaparates lo que pasaba dentro de las tabernas, en un momento en el que les estaba prohibido entrar en ellas.
Expone por primera vez en las instalaciones de la Revista de Occidente que le cedió Ortega.
Su vida sentimental también tuvo una deriva artística. Mantuvo una intensa relación con Rafael Alberti, que cristalizó en obras como las que realizó para la primera edición en revista del poemario del gaditano. Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. Más tarde también las mantendría con Pablo Neruda y Miguel Hernández, pero siempre desde una total autonomía: rechazaba ser una mera extensión de la vida y la obra del hombre.
Encuadrada en un primer momento en la Escuela de Vallecas, en 1932 se fue durante dos años a París, donde se integró en el movimiento surrealista, despertando la admiración de artistas como Éluard o Breton.
Con el estallido de la Guerra Civil, Mallo se exilió en Argentina. Allí obtuvo reconocimiento desde el primer momento, y alternó Buenos Aires con estancias en Nueva York, donde se hizo amiga de Andy Warhol y se convirtió en una asidua de la vida cultural y social de la ciudad, donde brilló con luz propia.
Cuando volvió del exilio en 1962 ,se encontró con que el mundo que ella había conocido había desaparecido, que sus amigos "o estaban enterrados o en el destierro", apenas le quedó otra cosa que representar un papel exótico ante los jóvenes que habían oído contar muchas leyendas sobre ella. Pero apenas volvió a pintar hasta su muerte, en 1995. Sobre su mesilla tenía dos fotos: una de Andy Warhol y otra de los reyes entregándole la Medalla de Oro de Bellas Artes. Quizá no pueda haber mejor epitafio para su vida imposible.
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