Inés de Suárez llegó junto a Valdivia, y participó en la conquista de Chile. Su leyenda ha suscitado diversas obras artísticas que la sellan como una mujer clave para la historia de Chile.
A la edad de 19 años, conoció a quien sería su primer esposo, Juan de Málaga. Contrajo matrimonio años después, gracias a las influencias de su abuelo.
Entre 1527 y 1528, Juan, su marido, se embarcó con rumbo a Panamá e Inés permaneció en España esperándole. Pasaron los años y sólo recibió noticias de él desde Venezuela.
En 1537, tras conseguir la licencia real se embarcó hacia las Indias en busca de su marido, contaba con algo menos de 30 años de edad, cuando llegó a América.
En Cuzco conoció a Pedro de Valdivia, maestre de campo de Francisco de Pizarro y posterior conquistador de Chile, recién vuelto tras la batalla de las Salinas y cuya encomienda era colindante con la suya. Hay quien especula que entre ambos se habría forjado una estrecha relación que finalmente los habría llevado a ser amantes.
A finales de 1539, decidió marchar junto a Pedro de Valdivia en su expedición a las tierras de Chile. Para ello Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, la que Pizarro concedió mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia hubiese objetado a la pareja. En el viaje, Inés prestó diversos servicios a la expedición, por lo que fue considerada entre sus compañeros de viaje, según Tomás Thayer Ojeda, como «una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores».
A los once meses de viaje (diciembre de 1540), la expedición arriba al valle del rio Mapocho, donde fundaron la capital del territorio. Este valle era extenso, fértil y con abundante agua potable; pero ante la hostilidad de los naturales, la base de la ciudad se estableció entre dos colinas que facilitaban disponer posiciones defensivas, contando con el río Mapocho a modo de barrera natural.
El 9 de septiembre de 1541, Valdivia, cuarenta jinetes y tropas auxiliares incas abandonaron la ciudad para sofocar una rebelión de los indígenas cerca de Cachapoa. Apenas llegada la mañana del día siguiente, una joven yanacona volvió con la noticia de que los bosques periféricos al asentamiento se encontraban llenos de indígenas hostiles. Al preguntar a Inés si consideraba que siete caciques que se encontraban prisioneros debían ser liberados en señal de paz, ella lo consideró como una mala idea, ya que, en caso de ataque, los líderes recluidos serían su única posibilidad de pactar una tregua. El capitán Alonso de Monroy, a quien Valdivia había dejado al mando de la ciudad, consideró acertada la suposición de Suárez y decidió convocar un consejo de guerra.
Durante el ataque, la labor de Inés había consistido en atender a heridos y desfallecidos, curando sus heridas y aliviando su desesperanza con palabras de ánimo, además de llevar agua y víveres a los combatientes y ayudando incluso a montar a caballo a un jinete cuyas serias lesiones le impedían hacerlo solo. Pero aún tendría que desempeñar un papel decisivo en la lucha: viendo en la muerte de los siete caciques la única esperanza de salvación para los españoles, Inés propuso decapitarlos y arrojar sus cabezas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos.
Afirma un testimonio que «salió a la plaza y se dispuso frente a los soldados, enardeciendo sus ánimos con palabras de tan exaltadas alabanzas que la trataron como si fuese un valiente capitán, y no una mujer disfrazada de soldado con cota de hierro». Avivado el coraje de los españoles, éstos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas al topar con las cabezas decapitadas de sus caciques, logrando poner en fuga a los atacantes. La acción de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó concediéndole una condecoración.
A la luz de los hechos posteriores, la unión de más de diez años entre Pedro de Valdivia e Inés Suárez no era bien vista entre algunos vecinos de marcado fervor religioso, hecho que se sumaba a otras críticas hacia el gobernador.
No obstante, la llegada de vecinos enemistados con Valdivia desde Chile provoca un juicio de residencia a Pedro de Valdivia, enfrentarse a los cargos en su contra, entre ellos la unión ilegitima con Inés Suárez. El virrey Pedro de la Gasca, después de escuchados los alegatos, lo exonera de todos los cargos, excepto en lo relacionado con Inés Suárez. La Gasca ordena imperativamente a Pedro de Valdivia que termine su relación con Inés Suárez, ordenándole casarla con un vecino de su elección.
Ante esto, Valdivia prometió su palabra de caballero de dar cumplimiento cabal a la sentencia dictada y arregla el matrimonio de Suárez con uno de sus mejores capitanes, Podrigo de Quiroga. Para entonces tenía ella 42 años.
Tras casarse con Quiroga, Inés se caracterizó por llevar una vida tranquila y religiosa. Junto a su marido, quien fue persona principal en Chile, contribuyó a la construcción del templo de la Merced y de la ermita de Monserrat, en Santiago. Doña Inés murió alrededor del año 1580, ya de avanzada edad.
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