En un antiguo caserón, muy próximo a donde por entonces tenía su sede la Santa Inquisición, vivía un noble joven judío llamado Mahomed –ben-Atar-. El cuidado de su hacienda y su muy decidida afición a la música, ocupaban la mayor parte de las horas. Jamás se dijo de él que se le viera complicado en las intrigas que la Sinagoga manchega trataran de continuo, que en más de una ocasión dieron lugar a la intervención del Santo Tribunal, Recato y buena vida honrada y ordenada, distinguían a nuestro joven judío.
No muy lejos, a vuelta de esquina, en casa de obscuro porche y aireonado emblema, tenía su residencia la hermosa cristiana doña Leonor.
Y como su alteza el amor no sabe de ideas ni tesoros, he aquí, que un día que nuestra Leonor salía de los oficios de San Pedro, acertó en mala hora a pasar por aquellos lugares Mohamed-ben Atar, gallardo en nervioso potro de largas crines, que bien pronto obedeció la señal de parada que el jinete le hiciera.
Suspenso y admirado quedo el noble judío y sin reparo a un noble inquisidor que cruzaba, dejo escapar de sus labios este madrigal a la cristiana, -Ni Alá en su paniso la tiene tan hermosa, ni tanto mereciera yo. Y osado y audaz, haciendo bracear pausadamente el noble bruto por seguir el diminuto paso de la dama, Mahomed ben-Atar, alardeando de jinete, siguió a la cristiana.
Dicen que doña Leonor, no fue esquivada a las fogosas miradas del noble judío y que aquel día, sonrío más de una vez bajo sus velos, contento su corazón que aun no había amado.Agregan que después, en el misterio de la noche en calma, abriese una celosía y que discreta la luna, bordeaba las nubes para dejar en paz a los amantes.
Inadvertidas pasaron para la ciudad estas entrevistas hasta que una noche, un miembro de la Santa Inquisición, que en silencio adoraba Dª. Leonor, vio la celosía el rostro de ella, como estampa de nácar cara a las estrellas, y mohino y vengativo retiróse a su guarida sintiendo roerle el corazón una idea de venganza; y aquella idea de Satanás se cumplió.
He aquí que una tarde, delegados de la Santa Hermandad se presentaron en casa de Doña Leonor. Se la acusa de tener trato con herejes. El buen hidalgo su padre, queda sobrecogido, comparece la cristiana doncella. Confiesa con altanería su amor y hace votos de fé. Aprésala la Inquisición y hasta su muerte, tiene el relato una laguna para cuanto sufrió. Mohamed ben-Atar, amargado y triste, salió de Ciudad Real sin dirección fija para reaparecer más tarde en Játiva al frente de una insurrección.
Y pasados los años y los siglos, aún hoy, por la iglesia de San Pedro, se ve antes de la madrugada, la fantasma Doña Leonor, que espera la venganza de Mohamed ben-Atar, que por cierto murió ahorcado.”
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