Catalina Clara Ramírez de Guzmán nació en LLerena, posiblemente en 1618 ya que se tiene registrado su bautismo el 18 de agosto de dicho año.
Perteneciente a una familia acomodada, el padre oficial de la Inquisición y gobernador de las Cinco Villas del Mando General, y la madre descendiente de Alonso de Cárdenas, gran Maestre de Santiago.
Catalina Clara pasó buena parte de su existencia en Llerena. Allí se convirtió muy pronto en uno de los ingenios más celebrados, participando de manera activa en las reuniones literarias y las fiestas sociales que se celebraron en una localidad que por entonces era la residencia del Tribunal de la Inquisición y la cabeza del Priorato de San Marcos de León.
De su disposición física y de su encanto personal hablan dos de sus poemas autobiográficos que han dado pie a todas las interpretaciones posibles por parte de los estudiosos. Para unos, su gran belleza física explica la corte de admiradores que se le supone, encabezada por Jerónimo de Sola o Juan Bernardo de Almezquita. Para otros, su escaso atractivo explica su soltería y las continuas acusaciones a los hombres de falsos y traidores.
Su vida transcurrió entre la rutina y el desánimo, viviendo muy de cerca los avatares de sus hermanos y asistiendo a los acontecimientos sociales más relevantes de la Llerena barroca. Burlona y divertida, según unos, cruel y cínica, según otros, su muerte debió de acaecer hacia 1684, cumpliendo su deseo de ser enterrada en la Iglesia Mayor de Santa María de la Granada de Llerena.
Autora de una novela perdida y titulada El extremeño, una mezcla de novela cortesana y ambiente pastoril, si nos atenemos a las escasas referencias que de ella se tienen, Catalina Clara nos dejó una extensa producción poética en donde va desgranando su existencia bajo una estética marcadamente conceptista, con Quevedo como modelo, de entre la que destacan sus décimas. En general, su vasta producción se explica a partir del interés de esta autora por describir aquellos sucesos ocurridos en su Llerena natal. Todos los acontecimientos, ya personales, sociales o religiosos, encuentran acomodo entre las diferentes estrofas y metros (romances, sonetos, redondillas, silvas, coplas de pie quebrado y las citadas décimas).
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