Cuenta la leyenda que el rey de Pamplona, Sancho Garcés I estuvo a punto de morir de una larga y dolorosa enfermedad que sus médicos no conseguían atajar. Como no encontraba ninguna mejoría a pesar de todas las curas a las que se sometió, decidió encomendarse al apóstol San Pedro, del que se conservaba en el Monasterio de Siresa, la reliquia de uno de sus brazos y viajó hasta el cenobio. Parece ser que el brazo de San Pedro hizo el milagro, y le curó su enfermedad.
De cómo llegó el brazo de San Pedro a Siresa, el abad del monasterio le contó al rey Sancho durante su convalecencia en el mismo, que fue en el siglo VI cuando San Leandro, obispo de Sevilla, envió a Roma al obispo Ciriaco de Zaragoza por ser amigo del papa Gregorio Magno, con la misión de traer una reliquia del santo a Hispania. El papa se negó en un principio pero ante la insistencia del zaragozano, aquel hizo un ayuno, apareciéndosele al pontífice el propio san Pedro que le dijo que fuera a su sepulcro en el que hallaría una reliquia separada de las demás que debía de entregar al obispo Ciriaco. Así fue como le entregaron el brazo, que colocado en un relicario de oro fue traído a Hispania.
Al regreso de un viaje tan largo, san Leandro había fallecido, por lo que el obispo Ciriaco decidió dejar la reliquia en Zaragoza donde estuvo hasta la invasión musulmana, cuando los cristianos se pusieron a salvo en las montañas llevando con ellos todas las reliquias y tesoros eclesiásticos, yendo a parar el brazo al Monasterio de Siresa.
El rey Sancho Garcés, agradecido por su curación, antes de abandonar Siresa, donó al cenobio la villa de Usón lo que no está documentado en ningún lugar. Era el año 923. Dos años después, Sancho Garcés moría, suponemos que de otra enfermedad distinta de la que fue milagrosamente curado.
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