"La Casa del Cura" es el nombre que recibe el inmueble que ocupa la antigua vivienda del párroco de la vecina iglesia de San José (antes convento de carmelitas descalzos de San Hermenegildo).
Con la escenificación simbólica del derribo de la casa por un golpe dado con piqueta de plata por parte de Alfonso XIII, dieron comienzo las obras de la Gran Vía.
El proyecto del nuevo edificio está firmado en 1910 por el arquitecto diocesano Joaquín María Fernández Menéndez Valdés como corrobora la inscripción en la pilastra del portal "J.M. FERNÁNDEZ / MENÉNDEZ VALDÉS / ARQUITECTO / 1913." , quien planteó un edificio de viviendas de lujo con uno o dos pisos por planta de las que se reservaba una para el párroco.
Es habitual atribuir su fachada al arquitecto Juan Moya Idígoras, que iniciaría en este edificio la corriente del estilo neobarroco madrileño, del que se encuentran otros ejemplos en la propia Gran Vía aunque muchos de sus elementos decorativos característicos ventanas "de orejas", ménsulas de placas recortadas, pilastras cajeadas, frontones partidos resueltos en volutas, etc. pasaron a formar parte del léxico arquitectónico ecléctico.
Quizás fuese esta novedad estilística que combinaba el exuberante despliegue decorativo del triple mirador volado coronado por un torreón de la esquina con paños laterales relativamente más sencillos la que provocó la alarma de las autoridades sólo dos años después de iniciado el edificio. Sin embargo, una vez terminadas las obras al año siguiente, su composición fue muy celebrada por adoptar el estilo churrigueresco de la vecina iglesia, hasta poco antes denostado por sus libertades antiacadémicas para casi inmediatamente después ser ensalzado como modelo de casticismo vernáculo. Se hicieron modificaciones que impuso la obra a la fachada del templo trazado por el arquitecto Pedro de Ribera entre 1733 y 1742, cuyo frontispicio se realzó incorporando una faja de coronación sólo para enlazar con la altura de la nueva edificación.
En la actualidad, "la Casa del Cura" es uno de los edificios de la Gran Vía que mejor han conservado su decoración original, si exceptuamos la pérdida de las ménsulas pinjantes y las decoraciones fingidas en trampantojo que embellecían la azotea superior, además de las omnipresentes transformaciones que degradan el zócalo comercial.
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