La Castela abre sus puertas en la calle doctor Castelo en el año 1989, sobre una antigua taberna fundada en 1929, de nombre Bodega de Méntrida.
Conserva la arquitectura tradicional de las tabernas madrileñas, con su mostrador de estaño, vasares de estuco, espejos y mármoles. De su serpentín, enfriado a la antigua usanza, manan el vermú y la cerveza que han sido deleite de generaciones.
Con platos típicos de nuestra ciudad y generosa con las tapas, se brinda como un foro costumbrista. En su trastienda, habilitada en comedor, se sirve una cocina enraizada en el recetario madrileño al que se añaden aportaciones gastronómicas originales. En suma, La Castela es un local donde la tradición y modernidad se funden y dan como resultado un producto exquisito.
La entrada al comedor está camuflada por una taberna ruidosa y llena de clientes. Sin embargo, comer o cenar en La Castela es un auténtico lujo para el paladar.
En la Castela se puede comer de pie o sentados. En el primero de los casos, si es un viernes o un sábado noche, mejor hacerlo temprano o hacerlo con paciencia y con los codos preparados para hacernos un hueco donde poder dejar los platos, ya que suele estar hasta arriba.
Abrir la carta puede desencadenar uno de los momentos más complicados. ¿Que sucede cuando queremos comprar algo, y nos gusta todo?
Aquí nos puede ocurrir lo mismo, ya que la carta entera, incluso escrito, tiene una pinta muy apetecible. Yo recomendaría comenzar con una cecina de León, para ir dándole salida al vino.
Sabiendo que la materia prima es de muy buena calidad, con la carta de entrantes nos podemos marear. Destacan la ensalada de pimientos asados, los boletus con jamón y huevo, la milhoja de ventresca o los chipirones encebollados.
Si cenamos en barra, como buena taberna, nos podemos llevar cierto olor a cocinilla. En el comedor no es el caso.
Como La Castela vistos desde fuera existen muchos. Pero no en todos, ni mucho menos, podemos encontrar lo que aquí. repetiréis.
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