Lo más llamativo de San Miguel son sus pinturas murales, que cubren la cabecera y algo más de media nave de la iglesia y que se fechan a comienzos del siglo XII,
Parece deliberado que la parte hacia los pies no presente decoración, con un límite que incluso se señala con cenefas, lo que indica que no es que el trabajo no se terminara.
Las pinturas fueron realizadas probablemente, por el mismo taller que trabajó en la cercana ermita de San Baudelio de Berlanga, la de la Vera Cruz de Maderuelo, en Segovia, y la de San Martín de Ávila.
Además, se aprecian similitudes con las pinturas románicas del valle de Boí, sobre todo Santa María de Tahull en Lérida, y que podrían estar en relación con que el señor de Berlanga entre 1130 y 1136 fue el aragonés Fortunio Aznárez, un dato importante para establecer su datación. Son semejanzas que no necesariamente indicarían un mismo maestro o taller sino conceptos estéticos similares y modelos extraídos de las pinturas murales italo-bizantinas y de códices, que se extendieron gracias a pintores itinerantes y a la necesidad de la Iglesia de reforzar sus dogmas y hacerse presente en los territorios conquistados a Al-Ándalus.
La técnica empleada fue el temple sobre mortero de cal y arena, usando rojos, ocres, ocres amarillos y ocres tierra, negro carbón y blanco, lo típico de las pinturas románicas del momento.
Las pinturas románicas muestran escenas figuradas, narrativas y simbólicas repartidas por toda la cabecera y los muros norte y sur de la nave de la iglesia, un contenido que se completaría con las escenas del testero de la cabecera, perdidas, seguramente, cuando se sustituyó el arco de herradura por el carpanel en el siglo XV.
La decoración en la nave de la iglesia se distribuía en tres registros horizontales separados por bandas decorativas ocupando toda la superficie, desde el arranque de los muros hasta el apoyo de la cubierta de madera.
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