Me queda la palabra
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
Blas de Otero.

Concluida la Gran Guerra, en 1927, iniciado el proceso de la depresión posbélica, la familia quedó en la ruina y decidieron mudarse a Madrid, donde sacó su título de bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros. Cuando tenía trece años murió su hermano, tres años mayor que él, y tres años después falleció su padre. Aun sin vocación, pero para continuar los pasos de su hermano muerto, en 1931 comenzó a estudiar Derecho; pero la ruina familiar le obligó a volver a Bilbao con su familia.
Con quince años regresa a su ciudad natal con su madre y sus dos hermanas. Trabaja y estudia totalmente integrado en el sustento de la «maltrecha economía familiar». Colabora en algunas publicaciones. Firma con el seudónimo de “el Poeta” en el periódico El pueblo Vasco,2 y dirige la página “Vizcaya escolar” (portavoz de los estudiantes católicos en 1935).b También publica sus primeros poemas y gana un premio de poesía dentro de las celebraciones del centenario de Lope de Vega. Obra influenciada por los místicos españoles y la literatura cristiana, como las Baladitas humildes, publicadas en la revista jesuítica de Los Luises, precursora de Aleay Nuestralia. En 1935 se licenció en Derecho en Zaragoza.
Al producirse el golpe de Estado en España de julio de 1936, Blas se incorporó a los batallones vascos como sanitario,23 pero después de la toma de Bilbao y un tiempo en un campo de depuración, fue reenganchado por el bando franquista y enviado al frente de Levante.

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