La Ribera de Curtidores, antes calle de las Tenerías, es conocida por ser la vía principal del Rastro, el más famoso mercado al aire libre de la capital de España. Desciende desde la plaza de Cascorro hasta el paseo de las Acacias. Su topónimo proviene de las curtiembres, también llamadas curtiderías o tenerías, que se instalaron en todo su recorrido, aprovechando la cercanía de diferentes mataderos.
Hasta finales del siglo XV el antiguo gremio de curtidores estuvo ubicado en los Caños del Peral, en la actual plaza de Isabel II. En 1495 los Reyes Católicos promovieron su traslado tanto a la Ribera de Curtidores como a la Cuesta de san Lázaro, situada, esta última, en las proximidades de la Cuesta de la Vega.
La Ribera de Curtidores corre casi paralela a la calle de Toledo, desde donde entraba el ganado a través la puerta homónima con destino a los mataderos. El sacrificio de los animales generaba como subproducto una gran cantidad de pieles, que se transformaban en cuero mediante el curtido de las mismas.
La calle aparece citada en el año 1635 con el nombre de las Tenerías, establecimientos dedicados a la fabricación y comercialización del cuero, que estuvieron funcionando en la zona hasta comienzos del siglo XX. Además de este gremio, hubo otros muchos que optaron por asentarse en el entorno de la Ribera de Curtidores, tales como ropavejeros, fabricantes de zapatos y, desde el siglo XIX, anticuarios y almonedas, que se encuentran en el origen del mercado del Rastro.
En las primeras décadas del siglo XX, la vía fue objeto de importantes reformas urbanísticas. La desaparición del llamado Tapón del Rastro, una manzana de edificios existente en su parte más alta, facilitó su conexión directa con la Plaza de Cascorro, por entonces llamada de Nicolás Salmerón. Posteriormente fueron expropiados los bazares de las Américas del Rastro, que habían surgido a finales del siglo XIX en la parte baja, lo que abrió la calle a la Ronda de Toledo e hizo posible su prolongación hasta el Paseo de las Acacias.
La calle es escenario de algunas zarzuelas del siglo XIX, caso de Agua, azucarillos y aguardiente (libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca).
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